domingo, 15 de noviembre de 2009

Escritura automática

(El Festival Eñe, en el Círculo de Bellas Artes, durante los días 13 y 14 de noviembre, ha sido una borrachera de literatura, un encuentro de locos que se mueven a través de la cordura diaria, pensando y mirando diferente, y que durante unas horas han tenido el privilegio de no disimular).

Comenzó, para abrir boca, con una sesión de escritura automática. Una orden simple. Apoyad el bolígrafo en el papel, y comenzad a escribir sin parar y sin pensar durante diez minutos. No vale detenerse. No vale despegar la punta de la superficie blanca. No vale pensar. Es sólo una técnica de calentamiento, como el corredor que calienta antes de lanzarse a su carrera, una manera de desprenderse de las corazas que el día a día nos va echando encima. Y lo que salió fue esto:

Me va a tocar. Lo estoy viendo. De repente, después de un día absolutamente cuadriculado, con un jefe que siempre exige lo mismo: "Piensa", tengo que escribir sin pensar. Y no sé... Es tan raro que, inevitablemente, una se siente como cayendo por un abismo, y me va a tocar, me va a tocar leer. ¿Quién me mandaría avanzar, obedecer la orden dada de acercarnos y ponerme aquí, tan a mano, a su derecha? Nos lee El Principito. De lo que dice, algunos serán como el principito, otros tal vez el narrador, o el extraterrestre, o quizá el cordero de dentro de la caja. Yo debo ser el asteroide B-612 de esta historia, la cuadratura hecha carne por una profesión que niega la escritura, o una inclinación que niega la profesionalidad exigida de ocho a tres, en un ambiente claramente hostil o, si no, como mínimo, oscuro. La eterna duda: ingeniería vs. literatura. Más me habría valido ser sexadora de pollos, o quedarme viendo el telediario en la jungla casera que se debe estar montando en casa a estas horas. Pero no. Vence la pulsión como de costumbre. Escribir por no saber dejar de escribir. Pura adicción. Puro vicio.

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