jueves, 1 de diciembre de 2011

La princesa está harta, ¿qué tendrá la princesa?

Drop drop drop drop ¿Cómo sonarán las lágrimas cuando caen sobre el cemento pulido, Valentina? Clin clin. Clon clon. La princesa está sentada en el alfeizar de la ventana con las piernas colgando y los brazos cruzados, indignada, porque no le han dejado pintar de rosa el vestido de su muñeca de papel.

Este sol de diciembre la ha dejado ciega, y ha bajado las persianas para no ver. Este sol de noviembre que da tanto calor como el membrillo. La han invitado a un cumpleaños, pero ha bajado las persianas para no ir. Me ha contado que no conocía a nadie y que odia soplar velas ajenas.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El otoño humedece los ojos

Quiero convertirme en mar. Sé que soy recurrente con el agua, Valentina. Es que estoy aprendiendo a nadar, y cada vez me gusta menos la superficie. El viento me desorienta. Me zarandea la cabeza a un lado y a otro. Me sacude con el pelo, y no sé a dónde mirar para mantenerlo ordenado. Sin embargo, en el agua… en el agua es otra cosa. Se me moja y se me queda pegado a las ideas, pero fresco. No sé si será ese silencio dentro del agua. Ese silencio, Valentina, que vale lo que pesa.
Todos me riñen si no hablo. Pero si hablo, me riñen más, porque no sé hablar bajito, sino gritando. Ya que hago el esfuerzo, lo haré bien alto. Todos riñen a los otros porque no saben otra cosa más que saber al otro, aunque el otro no tenga ni idea. Y cuando otro ha aprendido a obedecer y a no saber, todos van y lo dejan solo, desamparado, a merced del viento bromista y rebelde.


No sé encender la luz tan temprano. Va a ser eso lo que pasa, que en el agua, abajo siempre está oscuro y no da miedo. Y si cae una hoja, flota; sin embargo, fuera, en el aire, todos la pisotean, porque pisotear es algo que hacen mucho todos.

Además, en el agua te puedes dejar arrastrar por la corriente que no te lleva a ninguna parte, y si lloras, nadie se entera.

viernes, 8 de julio de 2011

Desde el silencio anaeróbico

Necesito vacaciones. Qué originalidad. Cuando los sentimientos crecen hacia el exceso consiguen tocar el extremo de la insensibilidad. O de la incapacidad para reaccionar.

Tendría que inventar, y resulta que la realidad me supera. Por el tiempo empeñado en desbocar su carrera. Por el bombardeo físico de acciones que se superponen. Por los recuerdos que asaltan en medio de la precipitación. Por esas mil sensaciones que existen entre la pérdida y la posesión incompatibles afilando esta conciencia perpetua de temporalidad. Y sigo con lo que estaba haciendo sin alterar el ritmo autómata que la sociedad espera.

Si tuviera tranquilidad…
Si tuviera tranquilidad probablemente estaría muerta.

Un día pasa y somete al anterior a un impulso negativo, proyectándolo hacia atrás. Debería aprovechar este momento incierto. Y tecleo un mensaje de bienvenida en mi teléfono móvil: “Aprovecha el tiempo”. Más efectivo y menos colorista que soñar. Pero ya ves, he conseguido algunos sueños cuando ya me había convertido en otra diferente a aquella que soñó, cuando el color deslumbrante era poco más que un tono sepia. Y, a pesar de todo, la fantasía sigue siendo el alimento necesario.

María convertida en pez de colores, pez de aguas cálidas y cristalinas, que acogen sin sobresalto, nada describiendo curvas y espirales, se acerca ignorando el riesgo, dejando una estela de palabras que removió chapoteando con botas falsamente impermeables, mueve las aletas y roza apenas una coraza que resultó ser la delicada piel del corazón.

Me ahoga la impresión. Vuelvo a llenar los pulmones de aire, y al espirar surgen estas pocas palabras. Gracias.

viernes, 1 de julio de 2011

Lluvia yerma

Se abren los grifos y se desborda el agua. Lo inunda todo. Y yo cojo mis katiuskas de goma verdes con flores de colores dibujadas y chapino chapino chapino (que era salpicar en el idioma de mi pueblo cuando la infancia). Lo chapino todo. A ti también. Te mojo la ropa, la cara, el pelo. Y tú, que eres amiga, te ríes echando la cabeza para atrás. Te contagio del agua salada que me sale de dentro por algún grifo que me he dejado abierto.
Me descuido y el mar me llega a las rodillas, y me empuja con sus olas. ¡¡Aaaaalehop!! ¡Salta, Valentina, que viene otra! La última me ha tirado y me he ahogado un poco, pero sólo un poco, así que he tragado agua y me he convertido en pez. Y ahora me escurro entre tus pies descalzos y te hago cosquillas para que sepas dónde estoy y no me pises.
Ay Valentina, cómo echaba de menos el mar después de tanto tiempo encerrada en la pecera.

martes, 10 de mayo de 2011

DESAYUNO CON ABALORIOS DE MERCADILLO

Imagina, Valentina, que un día te levantas y hace sol, un sol resplandeciente, como el de esta mañana mayeante que revuelve los armarios y las perchas, y sorprende a la gente en un carnaval inesperado de jerseys de lana combinados con bermudas.
Decíamos, imagina, que esa mañana maravillosa de luz primaveral y cegadora sales de casa y, en el portal, el portero te da los buenos días con una sonrisa, y no con esa cara de vinagre de Jerez que acostumbra a llevar puesta. En la calle no hay apenas tráfico, así que decides ir a trabajar en bici; todos los semáforos cambian a verde cuando tú vas a pasar por delante de ellos, y ningún taxista te apremia para que te eches a un lado. Qué bien, ¿no?
Llegas a la oficina, y la vigilante de seguridad también te sonríe, pero no con la sonrisa de todos los días, amarga y gris, forzada, de buena educación, de no tener nada por lo que sonreír; sino con otra nueva que nunca le habías visto, azul y luminosa. Después, eres capaz de meter tu bicicleta en el ascensor a la primera, y el agujero en el que te dejan guardarla, hoy parece haberse hecho más grande y la colocas perfectamente sin hacerle ni un rasguño.

¡Qué día tan maravilloso!, así parecería que nada podría ir mal nunca. ¡Como en Tiffany en la película “Desayuno con diamantes”! ¿Por qué no todos los días son así?, te preguntarías. ¿Qué les ha pasado a los días hasta hoy? ¿Eran un mero pasaporte para este día tan genial?

Entonces, llegas a tu mesa; no hay nadie todavía, qué paz. Conectas la radio y dan las noticias.


No, señorita, tampoco en esta casa hay ningún producto que cueste menos de 10$.








lunes, 28 de febrero de 2011

Clarividencia

De tanto cambiar había perdido la identidad. Arrastraba en cada paso el recuerdo de los muertos. Un recuerdo creciente. O una memoria menguante alimentada de nuevas muertes. La única certeza era la del cambio. Ser distinta cada día, cada hora, cada minuto. Y saber que esperar no conduce a nada, porque no se puede encontrar lo que no se busca.

El tren se había marchado hacía mucho rato, dejándola sola con su indecisión en el andén. La maleta parecía un objeto extraordinario, el perfil recortado en el atardecer, nítido, claro, bien definido, marcando con precisión exacta el conjunto de sus pertenencias. Le pegó una patada y el hombre que leía ensimismado su periódico, unos pasos más allá, se volvió a mirar sobresaltado. Le devolvió la mirada, sonriendo. Nunca sabría si él detectó la ironía de su gesto, una sonrisa cómplice, disculpa y crítica al mismo tiempo, expresión única del pensamiento: “Siento haberte asustado. Aunque lo parezca, no estoy loca”.

Aunque lo parezca. Las palabras se anclaron en su cerebro adquiriendo una profundidad superior a la que contenían al ser formuladas. Lo que parece, lo que debe ser, lo que se espera.

Comenzó a caminar al borde de las vías. Miró su ropa esparcida por el suelo. Una hora antes hubiera sido una auténtica tragedia encontrar una mancha en esa blusa de seda que yacía abandonada sobre el balasto hasta que el próximo tren le pasara por encima.

Nada es necesario, ni siquiera estar vivos.

Pensó que se hallaba en una situación afortunada. Preparada para viajar sin equipaje. Ligera como el viento. Ni la estaban esperando ni sería echada de menos. Perdido incluso el deseo de seguirle que la había arrastrado fuera de casa, con una maleta y mil súplicas. El billete se arrugaría en su bolsillo olvidado para siempre. La libertad debía ser algo parecido a esa luz distinta que, de repente, nos obliga a ver. Y a ser.

¿Acaso amar es engañarse?

Un sonido próximo interrumpió sus pensamientos. La pantalla del móvil mostraba un mensaje absurdo, ininteligible, recibido a destiempo, cuando las palabras carecen ya de significado. Quizá un minuto antes ... “Perdóname”. El pitido del tren sonó detrás, distrayendo su atención fugaz, engullía las flores de seda, el pijama azul, las zapatillas, el neceser, los pantalones vaqueros y un libro. Tiró el teléfono a su paso y siguió adelante. Sola. Vacía. Con todo por llenar.

Libre.