Tengo la sensación de que se me están muriendo las palabras. Se resisten a brotar. Los dedos, veloces sobre el teclado hace unos meses, se rebelan hoy, conscientes de habitar una cárcel de piel y huesos que se extiende desde las yemas torpes hasta la frente y el corazón, hasta las plantas de unos pies cansados que no conceden tanta importancia a cada paso.
Retando a alguna ley física, lo que oprime ahora es el vacío, porque el alma carece de la oportunidad de someterse al sentido común. Y la vida va pasando de largo como si sólo me hubiera detenido yo. Vivir no es esto.
La empatía ayuda a moverse con soltura por el universo temporal. Sólo es cuestión de abandonarse, dejarse llevar por la música de lo que nos rodea y moverse al ritmo que marca el entorno: hacer eso que sabemos que los demás esperan de nosotros. Y esperar a que pase ¿cuánto tiempo?.
El que sea necesario.
martes, 8 de junio de 2010
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