sábado, 19 de noviembre de 2011

El otoño humedece los ojos

Quiero convertirme en mar. Sé que soy recurrente con el agua, Valentina. Es que estoy aprendiendo a nadar, y cada vez me gusta menos la superficie. El viento me desorienta. Me zarandea la cabeza a un lado y a otro. Me sacude con el pelo, y no sé a dónde mirar para mantenerlo ordenado. Sin embargo, en el agua… en el agua es otra cosa. Se me moja y se me queda pegado a las ideas, pero fresco. No sé si será ese silencio dentro del agua. Ese silencio, Valentina, que vale lo que pesa.
Todos me riñen si no hablo. Pero si hablo, me riñen más, porque no sé hablar bajito, sino gritando. Ya que hago el esfuerzo, lo haré bien alto. Todos riñen a los otros porque no saben otra cosa más que saber al otro, aunque el otro no tenga ni idea. Y cuando otro ha aprendido a obedecer y a no saber, todos van y lo dejan solo, desamparado, a merced del viento bromista y rebelde.


No sé encender la luz tan temprano. Va a ser eso lo que pasa, que en el agua, abajo siempre está oscuro y no da miedo. Y si cae una hoja, flota; sin embargo, fuera, en el aire, todos la pisotean, porque pisotear es algo que hacen mucho todos.

Además, en el agua te puedes dejar arrastrar por la corriente que no te lleva a ninguna parte, y si lloras, nadie se entera.