martes, 10 de mayo de 2011

DESAYUNO CON ABALORIOS DE MERCADILLO

Imagina, Valentina, que un día te levantas y hace sol, un sol resplandeciente, como el de esta mañana mayeante que revuelve los armarios y las perchas, y sorprende a la gente en un carnaval inesperado de jerseys de lana combinados con bermudas.
Decíamos, imagina, que esa mañana maravillosa de luz primaveral y cegadora sales de casa y, en el portal, el portero te da los buenos días con una sonrisa, y no con esa cara de vinagre de Jerez que acostumbra a llevar puesta. En la calle no hay apenas tráfico, así que decides ir a trabajar en bici; todos los semáforos cambian a verde cuando tú vas a pasar por delante de ellos, y ningún taxista te apremia para que te eches a un lado. Qué bien, ¿no?
Llegas a la oficina, y la vigilante de seguridad también te sonríe, pero no con la sonrisa de todos los días, amarga y gris, forzada, de buena educación, de no tener nada por lo que sonreír; sino con otra nueva que nunca le habías visto, azul y luminosa. Después, eres capaz de meter tu bicicleta en el ascensor a la primera, y el agujero en el que te dejan guardarla, hoy parece haberse hecho más grande y la colocas perfectamente sin hacerle ni un rasguño.

¡Qué día tan maravilloso!, así parecería que nada podría ir mal nunca. ¡Como en Tiffany en la película “Desayuno con diamantes”! ¿Por qué no todos los días son así?, te preguntarías. ¿Qué les ha pasado a los días hasta hoy? ¿Eran un mero pasaporte para este día tan genial?

Entonces, llegas a tu mesa; no hay nadie todavía, qué paz. Conectas la radio y dan las noticias.


No, señorita, tampoco en esta casa hay ningún producto que cueste menos de 10$.