miércoles, 22 de febrero de 2012

Los encuentros

La vida es una sucesión de encuentros casuales y determinantes. Nos empeñamos en fingir que controlamos la situación. “Yo soy dueño de mi destino”. Y entretanto, el “destino” o lo que sea, se ríe a carcajadas, hipando, doblado en dos, pataleando y zarandeándonos con las convulsiones de la risa.

Llevaba una época silenciosa, en cierta medida porque mi naturaleza frente al papel difiere mucho de la feminidad en ebullición de María. Y un blog no debe convertirse en una oposición desgarradora y fatigante de estilos. Además, el ritmo vital que nos acerca y aleja del papel, me tiene últimamente distraida con otros proyectos, entre ellos, algún examen universitario.

María, en algunos momentos, no cree en la magia. Está convencida del determinismo biológico, del engranaje de reacciones físico-químicas que nos hacen sentir lo que somos y lo que creemos ser. Yo, sin embargo, no estoy segura de casi nada. Pero, creo en los encuentros, que tienen la simpática costumbre de llevarme la contraria, y me gusta.

Hace unos años, en Santander, Bloody Anthony se cruzó casualmente conmigo, y me enseñó cómo un lápiz, más afilado siempre que cualquier puñal, podía clavarse en el lugar exacto de la arteria que distribuye el fluido vital de la inspiración. Sería fácil atribuir su maestría a la experiencia acumulada entre jeringuillas, bisturíes, medicinas y frascos de alcohol. Pero cuando la precisión se utiliza para describir el universo desdibujado de las sensaciones humanas, es difícil mantener cualquier postura analítica. La literatura suele ganar por KO a la mente científica racional, y los encuentros hablan de coincidencias mágicas que trascienden lo que somos.

El miércoles me examinaba en un centro cualquiera de la UNED de una asignatura cualquiera de Filología. Cansada, convaleciente aún de una intoxicación alimentaria, deseosa de terminar y abandonarme a la inactividad. Por ¿casualidad?, meses después del último intercambio, María y yo coincidimos en ese examen, de esa asignatura, de esa carrera que ninguna de las dos sospechaba que la otra estaba estudiando. Y la rutina planificada y prevista, esa que da forma a las horas del destino propio que cada uno controla, dio paso a unas cuantas cervezas de conversación inacabable. La misma que empezó un día, también por ¿casualidad?, a través de un correo electrónico que decía “No te conozco, pero sigue escribiendo”.

lunes, 20 de febrero de 2012

Primavera invernal

El viento me corta la cara, Valentina. Llevo todo el fin de semana con la nariz helada, casi moqueando de la pena, pero sin llegar a hacerlo; con esa tristeza dulce que te empapa el corazón. Y que es buena, me repito, para despertar otra vez de las malditas tonterías.
Gracias por traerme esta primavera adelantada, aunque sea helada y con las esquinas roídas por los ratones que reaparecen siempre, en cualquier circunstancia, en cualquier época, en cualquier estación.
Estoy helada, así que aprovecharé este sol de febrero para calentarme un poco. Si quieres sentarte a mi lado, estaré encantada, pero permíteme que no hable, tengo ganas del silencio lento, porque no hay prisa, porque no hay nada nuevo que decir. No hay nada nuevo bajo este sol, tampoco.