domingo, 22 de enero de 2012

Frío en los huesos

Cuando tengo frío, hago movimientos espasmódicos. Una culebrilla me recorre la espina dorsal y me descarga su azogue. No una serpiente ni una boa constrictor. No. Sino una culebrilla de río que se retuerce convulsa como el rabo de una lagartija.
Las lagartijas me dan un miedo atroz. Se te meten en la boca mientras duermes, y de ahí descienden, arrastrándose por tu laringe tubular hasta el estómago. Entonces campan a sus anchas, y se montan un Marina d’Or verde y gélido que van construyendo con los trozos de tortilla de espinacas que tú te vas comiendo. Y a ver quién las echa luego de su apartamento en primera línea de tu píloro.
Se necesitan muchos purgantes y mucho más frío del que yo puedo soportar para conseguir convencer a las lagartijas de que emigren a otros cuerpos más cálidos y maravillosos.
Por eso, cuando tengo frío antes de dormir, hago movimientos espasmódicos y cierro la boca apretando los labios con todas mis fuerzas.