domingo, 28 de junio de 2009

TIJERAS

Supongo, y suponer ya es demasiado, que es preciso soltar mucho lastre antes de conseguir que la página en blanco se vuelva cómplice. No sé muy bien cómo se llega a ese estado, y en esto la experiencia se vuelve sinónimo de desesperación. A fin de cuentas, cuando la pena aprieta ¿quién tiene tiempo de esperar a reconocer la experiencia, verdad?
Estoy convencida, María, de que no existen recetas para esto de vivir, como no las hay para escribir, aunque abunden los talleres y, de vez en cuando, nos anime alguno a participar. Cursos de escritura, grupos de todo-terapia para facilitar una vida que pierde intensidad conforme deja de ser difícil. ¿Acaso alguien es capaz de enlatar (sistematizar lo llaman) la sensibilidad individual?
Creo, mi querida María, que el único remedio infalible es el sentido del humor. No me preguntes cómo se aprende a reír, he disimulado alguna vez cuando me rompía y no sabía hacerlo, hasta que atrofiada la tristeza, a base de portazos, quedó recluida por esta otra visión del mundo. Dice alguien que me conoce bien que le parece que cuando me río no está todo perdido. Y ¿sabes? Tiene razón. Ríete María, y si no sale, prueba a sonreír, que es más sencillo, y con las circunstancias en contra conviene empezar por el nivel principiante: torciendo el gesto ante la adversidad, aunque sea puro fingimiento, que el simple esfuerzo demuestra lo relativo del momento y por ahí, a menudo, surge el escape.
No hay recetas, amiga mía. Pero sí oficio. Oficio que acostumbra, hasta que a base de practicar, una descubre que no es tan difícil plantar cara, reírse del enemigo aunque para ello haya que pasar el trago de burlarse del propio miedo, mofarse del nudo y de la cuerda, que por muy marineros que sean no resisten la cuchilla de unas palabras bien afiladas, sacar la lengua al propio ridículo, desmitificar tanta seriedad circunspecta en esta vida que siempre acaba con una broma de mal gusto.
Y luego, resoplando aliviada, porque nadie es tan fuerte como aparenta, siéntate a escribir, a rememorar, o a fabular, a hacer literatura de esa que dicen que refleja la realidad como si fuera ficción y cuenta ficciones que parecen reales. Saldrás fortalecida y la próxima vez tus carcajadas serán más fuertes y tus enemigos más despreciables.
Déjame terminar con la respuesta a un correo que me escribía Aquiles tras un bosquejo, no tan literaturizado como le presumía, de ciertas mezquindades que me empujaban al lado oscuro: “…como para morirse de risa y pena (es decir, como para ponerse a escribir)”.

sábado, 13 de junio de 2009

Deshacer nudos

Deshago nudos con la tecla. Seres indeseables se me alojan en la garganta en forma de nudo, me quiebran la voz y me humedecen los ojos. Todo se vuelve borroso por su culpa. Todo lo enturbian y hasta los más dulces momentos se vuelven amargos, y los más amargos, más aún.
Son nudos difíciles de deshacer no sólo por su naturaleza complicada, anudados por expertas manos despreciables, sino porque, cuando estás a punto de conseguirlo, llega el maldito marinero a apretarlo y tienes que volver a empezar.
Da miedo encontrarse por los puertos con uno de estos bucaneros, Valentina. Sí, miedo; ni rabia ni pena ni desasosiego, realmente lo que da es miedo, no te voy a engañar. Da miedo porque, aunque proclame lo contrario, en el fondo duele e incomoda, incomodan muchísimo los miserables nudos. El nudo empezándose otra vez, apretándose más, tú sabiendo que en unas horas no podrás apenas respirar y que te llevará un tiempo precioso casi-romperlo, tiempo que deberías dedicar a vivir, a reír o a llorar, pero a vivir. Por eso tengo que darle a la tecla o a la pluma, depende del medio que tenga más a mano; para liberarme, sabiendo de antemano que de esto no saldrá nada bueno. Ya lo ves.
A algunas personas se les pone el nudo en el estómago, a otras en la espalda, conozco a algunas que incluso en las piernas, pero a mi se me ata a la garganta. Me la inunda de lágrimas y de palabras no pensadas a tiempo con ganas de ser vomitadas. ‘No, señor, es que yo a usted no le conozco’.
Sé que tengo el poder de sujetar las manos a estos seres antes de que empiecen a anudarme la garganta, pero aún no he aprendido a utilizarlo. He pensado en convertirlos en lo que son, odiables personajes en cuentos de terror, pero es que me dan tanto miedo, Valentina, que me atragantaría sólo de intentar escribirlos.