lunes, 28 de febrero de 2011

Clarividencia

De tanto cambiar había perdido la identidad. Arrastraba en cada paso el recuerdo de los muertos. Un recuerdo creciente. O una memoria menguante alimentada de nuevas muertes. La única certeza era la del cambio. Ser distinta cada día, cada hora, cada minuto. Y saber que esperar no conduce a nada, porque no se puede encontrar lo que no se busca.

El tren se había marchado hacía mucho rato, dejándola sola con su indecisión en el andén. La maleta parecía un objeto extraordinario, el perfil recortado en el atardecer, nítido, claro, bien definido, marcando con precisión exacta el conjunto de sus pertenencias. Le pegó una patada y el hombre que leía ensimismado su periódico, unos pasos más allá, se volvió a mirar sobresaltado. Le devolvió la mirada, sonriendo. Nunca sabría si él detectó la ironía de su gesto, una sonrisa cómplice, disculpa y crítica al mismo tiempo, expresión única del pensamiento: “Siento haberte asustado. Aunque lo parezca, no estoy loca”.

Aunque lo parezca. Las palabras se anclaron en su cerebro adquiriendo una profundidad superior a la que contenían al ser formuladas. Lo que parece, lo que debe ser, lo que se espera.

Comenzó a caminar al borde de las vías. Miró su ropa esparcida por el suelo. Una hora antes hubiera sido una auténtica tragedia encontrar una mancha en esa blusa de seda que yacía abandonada sobre el balasto hasta que el próximo tren le pasara por encima.

Nada es necesario, ni siquiera estar vivos.

Pensó que se hallaba en una situación afortunada. Preparada para viajar sin equipaje. Ligera como el viento. Ni la estaban esperando ni sería echada de menos. Perdido incluso el deseo de seguirle que la había arrastrado fuera de casa, con una maleta y mil súplicas. El billete se arrugaría en su bolsillo olvidado para siempre. La libertad debía ser algo parecido a esa luz distinta que, de repente, nos obliga a ver. Y a ser.

¿Acaso amar es engañarse?

Un sonido próximo interrumpió sus pensamientos. La pantalla del móvil mostraba un mensaje absurdo, ininteligible, recibido a destiempo, cuando las palabras carecen ya de significado. Quizá un minuto antes ... “Perdóname”. El pitido del tren sonó detrás, distrayendo su atención fugaz, engullía las flores de seda, el pijama azul, las zapatillas, el neceser, los pantalones vaqueros y un libro. Tiró el teléfono a su paso y siguió adelante. Sola. Vacía. Con todo por llenar.

Libre.

6 comentarios:

  1. Me alegra volverte a leer. Un placer.

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  2. "De tanto cambiar había perdido la identidad". Si lo importante del viaje es el propio viaje y no el destino (Machado)¿la identidad de un ser cambiante no es dicho cambio constante?. En vez de un catalejo te voy a regalar un caleidoscopio. No verás muy lejos pero los continuos cambios de figuras de colores te atraparán.
    Me gusta la narración, su final valiente. Incluso ese guiño de persona educada que pide disculpa por si ha molestado a un desconocido con la patada a la maleta. No necesariamente es una concesión a "lo que debe ser".

    Dudas:
    1: ¿El tren no es sinónimo de cambio?, ¿por qué no lo toma si está yéndose y no regresando con quien manda el mensaje?.

    2: ¿El primer párrafo no se puede eliminar del resto del relato?.

    Ya era hora de que volviera a abrirse Oxímoron. ¿Dónde está María?.

    AQUILES

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  3. Ya era hora, en efecto.
    Eres muy perspicaz, Aquiles: sobra el primer párrafo. Tus comentarios radiografían el proceso creativo. Y no voy a seguir por aquello de no sacar a la luz lo que tiene que estar entre bambalinas.
    ¿Por qué supones que no está siguiendo a quien le envía el mensaje?
    Como de costumbre, no pensé mientras escribía. Es un pequeño relato improvisado.
    No sé dónde anda María... A ver si Clarividencia actúa como llamada, o como atracción...

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  4. estaba esperando en la penumbra. no era capaz de mantener abierto oxímoron sola, abstraída como estaba en mi destiempo. gracias por darle un empujón a las cancelas que nunca estuvieron cerradas, sino entornadas. bienvenida a tu casa.

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  5. A Valentina:
    ¡Mujer!, pues claro que podía ir tras el mensajero. Pero reduciría la fortaleza de la viajera (viajera a pie), porque "ni la estaban esperando ni sería echada de menos". Y parte "sola. Vacía. Con todo por llenar". Digo yo que si se había vaciado también sería del recuerdo del remitente.
    En fin, que hay que leer por el gustazo de leer y no filtrarlo todo por innecesarias coherencias que muchas veces vulgarizan los textos.
    AQUILES

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  6. Cuando uno en su vida, no puede alcanzar sus deseos, se aferra a aquello que lo rodea que le permite sentirse vivo.
    Leer estas historias me hacen alcanzar un deseo oculto, misterioso tal vez, que sólo yo conozco y que es libre durante unos instantes de locura.

    Por lo tanto, me uno a la decisión final de la viajera (viajera de emociones como yo) porque esta libertad (dejar libre lo escondido) es lo que te permite seguir viva.
    Luz

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