miércoles, 25 de marzo de 2009

Efugio sin refugio

La dulce María sólo escribe desde su refugio de intimidad hermética. Duda, piensa, siente, rasga el papel con la punta de una pluma que se desangra en tintas oscuras de momentos ocultos, y sufre. Vuelve a dudar, levanta la mirada delicadamente femenina y guarda su agenda en un bolsillo secreto más fuerte que el corazón, desbocado y superado, que, a fuerza de latir, tuvo que abrirse y volcar parte del contenido en un trozo de papel barato, demasiado pueril, demasiado intenso, demasiado vulnerable para su fragilidad femenina. Demasiado valioso para mí que, atraída por su magnetismo irresistible de compleja complicidad, me encuentro tendiendo una mano hacia un abismo oscuro, paralelo al mío. Ven. Juntas podemos construir un universo nuevo: Oxímoron.
María cede. Porque su naturaleza es de palabras. Puede atrapar en los renglones el sonido de las voces que le alcanzan el alma, dibuja la luz y la obliga a brillar aún más, desata lamentos pasados y detiene el dolor, invitándole a cicatrizar en tachones de página herida. Después se olvida. Vive, se abandona a la tibieza del sol, sucumbe al frescor de un trago de cerveza conversada, ríe y hace planes. Piensa que le va mejor, porque ahora es capaz de guarecerse y proteger su fragilidad tras el escudo de una sonrisa irónica. No sabe que su flexibilidad la hace más fuerte, que ha crecido y emana luz propia que teme salir, luz ocultada que aún así deslumbra. Sal de ahí. Sígueme. Que en Oxímoron el único refugio posible es el efugio.
María acepta atraída por el misterio. Camina con el vértigo que producen los espacios desconocidos, tal vez pantanosos, recela comprometerse en exceso, descubrirse y que la descubran. Pero sucumbe al impulso vital que alimenta su espíritu. Pregunta, confía, se entrega, renace y surge reanimada por un instinto nuevo. Percibe un futuro insospechado y se lanza a la conquista de mil páginas en blanco. ¿Podemos? Podemos. No importan los fracasos si al final se halla el éxito.
Y yo, Valentina de papel, recuerdo un epistolario sin fin, del amigo que murió, del amigo que no fue, y del que se fue, para caer de nuevo en la tentación perpetua, buscada y necesaria, de la palabra escrita, esta vez con nombre de mujer.
¡Oxímoron! ¡Sí, Oxímoron! Y dos abismos se funden en uno infinitamente mayor.

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