Las lagartijas me dan un miedo atroz. Se te meten en la boca mientras duermes, y de ahí descienden, arrastrándose por tu laringe tubular hasta el estómago. Entonces campan a sus anchas, y se montan un Marina d’Or verde y gélido que van construyendo con los trozos de tortilla de espinacas que tú te vas comiendo. Y a ver quién las echa luego de su apartamento en primera línea de tu píloro.
Se necesitan muchos purgantes y mucho más frío del que yo puedo soportar para conseguir convencer a las lagartijas de que emigren a otros cuerpos más cálidos y maravillosos.
Por eso, cuando tengo frío antes de dormir, hago movimientos espasmódicos y cierro la boca apretando los labios con todas mis fuerzas.